Nadie hubiera dicho hace unas décadas que acortar distancias podría convertirse en sinónimo de lejanía. Estamos más cerca que nunca, y al mismo tiempo, empezamos a sentirnos más lejos que nunca de nuestros seres queridos, amigos y conocidos.

Parece ser que, después de lo que llamaron «pandemia,» una parte importante de la sociedad ha empezado a renunciar o a reducir los contactos y las relaciones con su entorno.

La cultura del TENER para SER, del entretenimiento, las adicciones, el consumo de estupefacientes, entre otros, está llevando a miles de personas a sustituir las relaciones de las que se nutrían por formas de relación más bien individualistas, esporádicas y superficiales en el mejor de los casos.

Otras personas, ante este panorama, ya no se atreven a expresar las formas de relación de antes y, poco a poco, con diferentes intensidades y formas, se han ido alejando, sintiendo que la cercanía de las personas ahora es una quimera.

Es así como muchas personas de todo tipo, de diferentes condiciones económicas y sociales, han optado por alejarse de los demás a pesar de no desearlo.

A la habitual «Soledad no Deseada» de las personas mayores, empiezan a sumarse miles de personas adultas y jóvenes que no acaban de encontrar un espacio ni personas con las que compartir su día a día ni su propia existencia.